No se trata de ser fatalista o negativo es constatar una realidad, no se puede generalizar, pero en una gran mayoría de casos ocurre que, ser bueno es igual a tonto y ser agresivo y prepotente es sinónimo de eficacia y liderazgo.
Durante el transcurso de mi vida he tenido ocasiones de ver y vivir casos que me han confirmado lo dicho anteriormente. Lo que expongo a continuación está exento de cualquier atisbo de resquemor o despecho.
Nacido en plena guerra, me crie en una posguerra dura con hambre y necesidades, había que reconstruir todo y se empezaba a trabajar a edades que se debería estar jugando.
Primer caso:
Con trece años comienzo mi primer trabajo en una cristalería junto con otro chico de mi edad. Un día estábamos limpiando y barriendo un almacén con cristales apilados encima de unas bancadas, yo por un lado le daba la espalda al otro aprendiz que barría por el otro extremo. En esto se oye un estruendoso ¡criiik crak! de cristales rotos, vuelvo la cabeza y veo todas filas de cristales hechas pedazos por el suelo y oigo al otro muchacho que exclama ¡¡qué has hecho!! Yo estaba mudo del susto, todos los demás incluidos el patrón oyeron esta exclamación y de esta manera aunque más tarde intente explicar que yo no había sido, el otro con su rápida reacción en la acusación había logrado que recayera sobre mí la culpabilidad sin ninguna posibilidad de defensa pues todo lo que yo dijera parecía una excusa.
Tenía que haber aprendido algo? Del oficio no aprendí mucho pues me tuve que marchar, pero de la acción astuta y ruin del aquel casi un niño, tampoco, pues no fui capaz de asimilar y comprender a mi corta edad el alcance de aquella maniobra que a él le sirvió para seguir en el trabajo y yo tuve que dejarlo.
Otro caso: